Han surgido interrogantes como ¿acaso independencia emocional significa que no te afecten los sentimientos ajenos?... Ese no es precisamente el objetivo. No se trata de que te afecten o no te afecten. Más bien se trata de que sepas lo que te pasa y lo que está sucediendo. Que tengas una visión micro y macro, a la vez. Aunque sé muy bien que eso requiere un aprendizaje y un entrenamiento. Ahora bien, se puede acceder a ello.
Ciertamente la no afectación contradice el propósito que nos moviliza cuando buscamos la proximidad emocional y el contacto social. Más bien se trata de empatizar con lo que le pasa al otro, sabiendo que si siente tristeza es algo que puedes entender porque a ti te ha pasado alguna vez, aunque los códigos internos y la forma particular de experimentarla es personal a cada ser humano.
La relación con otra persona conlleva superar el sentimiento de separación, el conflicto natural que surge de la diversidad, y la posibilidad de sentirte aislado ante el riesgo de que el otro se enfade o no te acepte como eres.
Sin embargo conviene conocer que el deseo de proximidad emocional es un resultado evolutivo de supervivencia, incorporado biológicamente por la selección natural en las hembras, ya que éstas son más proclives al contacto social para garantizar la protección de las crías. En nuestra especie la mujer lo reclama aún más y vive con mayor desazón emocional los distanciamientos y las rupturas cuando una relación lleva tiempo de convivencia. Los circuitos neuronales en el cerebro femenino tienen una orientación diferente.
“Los cerebros femenino y masculino procesan de diferentes maneras los estímulos, oír, ver, sentir y juzgar lo que otros están sintiendo”. Las mujeres y los hombres tienen el mismo número de células cerebrales, sin embargo los sistemas cerebrales de uno y del otro operan de forma diferente. Son afines en gran medida y compatibles, sin embargo, “realizan y cumplen los mismos objetivos y tareas utilizando circuitos distintos”. Las anteriores afirmaciones son de Louann Brizendine, neuróloga e investigadora de la estructura del cerebro femenino.
Referirnos a esta diferencia puede ayudarnos a entender que las relaciones, la pareja, el cuidado de los hijos, son las orientaciones evolutivas primordiales del cerebro femenino, que además se acentúan y se refuerzan culturalmente. Durante años se ha generado un debate sobre si las tendenciales emocionales de las mujeres eran sólo producto de la socialización. Sin embargo, además del sentido común, hay un proceso de influencia hormonal que empieza en el útero de la madre que conecta a chicos y chicas con impulsos diferentes.
Un curioso ejemplo es el que describe la doctora Louann Brizendine de una de sus pacientes que “regaló a su hija de tres años y medio muchos juguetes unisex, entre ellos un vistoso coche rojo de bomberos en vez de una muñeca. La madre irrumpió en la habitación de su hija una tarde y la encontró acunando al vehículo en una manta de niño, meciéndolo y diciendo: no te preocupes, camioncito, todo irá bien”.
El que los investigadores reconozcan que el cerebro de la mujer esté más orientado y preparado para la comunicación, la proximidad emocional y la disolución de conflictos, nos disuade de enfrentamientos y continuos reproches a nuestros compañeros masculinos, sin que ello sea motivo para que ellos se excusen de abrirse a la visión femenina en una época donde se enfatiza la importancia de la inteligencia emocional para el éxito personal, profesional, social y la convivencia sana.
No obstante, volviendo al punto de empatizar en vez de afectarnos o no por lo que siente el otro, recomiendo tener presente que las emociones son vinculantes, en muchos casos determinantes, más no son exclusivas para el discernimiento de lo que está sucediendo o de lo que están necesitando las personas cuando se comunican. Sobre todo porque las emociones están directamente unidas a nuestros recuerdos, que actúan como referentes para nosotros, sin embargo pueden distorsionar lo que está sucediendo, especialmente cuando están conectados a una gran carga de negatividad, producto del rencor.
El aislamiento es la consecuencia natural del rencor. Por ello, ahora es mayor el número de personas que caen en el escepticismo, en relaciones esporádicas nada vinculantes, que viven solas sintiéndose solitarias, o algo ermitañas. La actitud que prima en estas situaciones es precisamente la de no vernos afectados por el otro, o por lo que le pasa al otro. Compramos o vendemos la superficialidad emocional para no vernos confrontados con nuestros sentimientos. Si nos anticipamos a no esperar que un estado crítico nos obligue a mirar lo que nos pasa, y nos animamos a la práctica de aclararnos emocionalmente, podemos conseguir que nuestras emociones se conviertan en avisos e indicadores claves para empatizar con nosotros mismos y con el cambio personal.
Es fácil caer en cierta confusión que pueda llevarnos a pensar que se trata de casarnos con nosotros mismos, encerrados, aislados y recreados en nuestra visión de las cosas, insensibles a lo que está pasando con el otro. Hacer pareja contigo mismo trasciende una visión egocéntrica en donde tú te lo guisas y tú te lo comes a tu manera, según tu conveniencia. Ese paso de comunión, que permite poder ser tú mismo,va unido a la autorregulación emocional apoyada en valores íntegros propios, que sirven de soporte a tus experiencias con los demás; para que éstas te permitan sentir; para que los sentimientos te conmuevan y lo que sucede no pase por ti sin dejar huella.
Emocionarnos, sentir, es lo que hace que toda experiencia genere un impacto en nosotros, ahora bien, para que se dé una impronta significativa que nos movilice a una intención de nuevas posibilidades, llenando nuestra vida de creatividad, de imaginación, de colores y de aprendizajes, es necesario el soporte que te da una autoestima vinculada a valores personales. Entonces es posible la capacidad de confiar en nosotros mismos, en el otro y por supuesto en las relaciones.