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TU PROVOCAS MI ENFADO !!





"El enfado es la más seductora de las emociones negativas porque el monólogo interno que lo alienta proporciona argumentos convincentes para justificar el hecho de poder descargarlo sobre alguien".
 

En la medida que nos sea posible, que el enfado genera una distorsión en la percepción. Podemos empezar por observarnos en nuestra próxima situación de enfado. Y quizás darnos cuenta que lo que pensamos sobre un hecho que nos molesta es una selección parcial e interesada de lo que hemos visto y escuchado. Y que el monólogo interior que se provoca tiene como objetivo dar apoyo a nuestras creencias sobre el tema en cuestión.

Tener esta visión del proceso escapa a nuestra comprensión cuando estamos enfadados. Y aunque se sobreviva al hecho que lo desencadenó, si un amigo, o nuestra pareja evidencian el sesgo que tienen nuestros argumentos, seguimos pensando que estamos en lo cierto. Aunque todavía nos acompañe algún malestar le encontramos justificado, y seguimos agarrados a nuestra visión a pesar de percibirnos aislados de quienes nos importan.

Quizás, en los momentos de perplejidad que nos produce este estado aflore un huidizo pensamiento que nos invite a considerar que lo sucedido no sea como pensamos. Si esto no sucede, en ocasiones, las reacciones que provocan nuestra vehemencia verbal y no verbal terminarán por sacudirnos de nuestra percepción equivocada.

Por lo general, sólo cuando nos abruman las consecuencias de vernos continuamente desbordados por la emoción del enfado, nos forzamos a buscar una solución distinta a la de ser poseído por ella...

El espacio afectivo es donde habitualmente la persona opta por descargar sobre otra el enfado. Y toda relación de dos nos conecta con el mundo afectivo. Nos sumerge en la dimensión emocional y en el mundo de los sentimientos. Es un espacio perceptivo, diverso, a veces irreal e inaceptable cuando no estamos dispuestos a conocer desde dónde vive, siente y entiende el otro el mundo.

Quizás esto nos ayude a ver que en el enfado hay una justificación inconsciente a esta visión. Una postura que niega la diversidad del otro, que no tolera la diferencia. Al enfadarnos hay un sentimiento de injusticia hacia nosotros. Hemos fabricado el convencimiento de que recibir una respuesta inesperada, contraria a lo que esperamos, y que nos lleva a la incertidumbre, es algo no sólo intolerable sino que nos hace daño. Con esta actitud evitamos contemplar la posibilidad de que quizás no tengamos razón, y además, cerramos la puerta a conocer cuáles son las motivaciones de mi compañero.

En el enfado hay un posicionamiento previo asociado a la identidad de la persona y funciona como un detonante, nutrido de recuerdos y expectativas. Tiene forma de pensamientos que provocan irritación y estos nos predisponen inmediatamente a la reacción sin que medie alguna posibilidad de amar al otro. Lo que equivaldría a parar nuestro ataque. En ese momento fabricamos sentimientos negativos que enjuician, rechazan y condenan, para justificar nuestro comportamiento.

Tener presente que toda relación de dos nos sitúa en el reto de saber hacer pareja, aunque sea un encuentro casual, o circunstancial, como puede ser tomar una infusión con un amigo, o el hacer la declaración de hacienda con un funcionario que no conoces, nos motivará a querer gestionar mejor nuestros enfados.

Las interacciones pueden ser, y de hecho lo son, un entrenamiento para saber convivir. Decidimos unirnos en afinidad y ésta nos vincula a valores, creencias y motivaciones. Con la afinidad creamos un puente que nos invita a aprender de las diferencias, que por fortuna se reformulan en la misma medida en que la persona evoluciona. Si sólo nos movemos en el espacio de la afinidad pronto surgirá la rutina ante la ausencia de retos de aprendizaje.

Las parejas que conviven y la persona que vive sola coinciden en la misma experiencia, y es algo que pueden reconocer abiertamente, o evidenciarlo en sus actitudes. En ambos casos se experimentan a merced de sus estados de ánimo negativos. Y en esos estados negativos la emoción que predomina es el enfado. Puede ser expresa y manifestarse con agresividad que se descarga directamente en el otro. O puede estar contenida, asociada a la tristeza, una combinación de impotencia unida al enfado. En estos casos la ira se experimenta encubierta y quien se siente triste vuelca su enfado contra sí mismo.

Cuando expresamos ira nos dejamos arrastrar por el enfado, mientras que en el caso de la tristeza la reprimimos. Ambas respuestas impiden transformar el enfado, anulando una posible comunicación activa que resuelva la situación que lo ha originado.

La mayoría de las personas comparten la creencia de que la ira es ingobernable; que bien no debiera ser controlada y que a lo sumo una descarga catártica sobre otro puede ser liberadora. Sin embargo, se ha comprobado que si es posible pararla sin que recaiga sobre nuestro compañero o nuestra familia. Y esto es posible a partir del conocimiento de cómo alimentamos la aparición del enfado.

"En primer lugar debemos tratar de socavar las convicciones que alimentan el enfado. Cuantas más vueltas demos a los motivos que nos llevan al enojo, más buenas razones y más justificaciones encontraremos para seguir enfadados. Los pensamientos obsesivos son la leña que alimenta el fuego de la ira, un fuego que sólo podrá extinguirse contemplando las cosas desde un punto de vista diferente".
 

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